Bar Los Yebras

Pequeña aldea, a tan solo unos pocos kilómetros del centro de Madrid, cerca de la monumental Alcalá de Henares y muy próxima a la sierra Alcarreña. Carreteras semi cuidadas, curvas insinuantes, atrevidas y atractivas para la práctica del motociclismo de ruta. La vega al este, manantiales al sur, montañas repletas de vida al norte, parajes solitarios, calles vacías, cruces de caminos y campanario centenario; como en el oeste. Después de recorrer los primeros kilómetros, cuando la moto empieza a calentar y el estómago pide a gritos un tentempié, decidimos parar en el fantasmagórico pueblo de Corpa. Arquitectura típica, clásica, sin alardes urbanisticos ni atractivo turístico, gente humilde y con algo que contar, rostros enjutos por un pasado cercano que aún hoy deja huella, una impronta marcada en sus gestos, sus costumbres...sus miedos. Una pequeña población que creció a la sombra del Marques de Mondejar, y que hoy su digno Palacio, sirve de referencia para este punto significativo de la afable comarca. Rutas de senderismo, vastas hectareas de tierra donde antaño se producía el principal sustento del pueblo, la agricultura; y que en la actualidad los más melancólicos, bohemios, y por qué no, los más románticos, deciden aún hoy, tirar de azada, de surco, de vara, de serón para sacar adelante un pequeño huerto que heredaron de algún familiar cercano, y que les sirve de entretenimiento, de diversión; una faena que marca su rutina, su quehacer, su exigua obligación; un campo convertido en la ágora de antes, una plaza a las afueras donde sus paisanos se reunen para narrar sus logros, sus mejoras, mostrar sus hortalizas, contar chismes al aire libre bajo la atenta mirada de su capataz, el sol; todo ello en la ribera de su arroyo, en la ladera rocosa de la localidad; un coso que tiene un público de lo más exigente, de lo más entendido: Añejos y octogenarios lugareños, labradores ya en descanso eterno, que desde la cima dan su opinión, su consejo, su punto de vista; una vista cansada sobre un espíritu vivo, tan vivo y fresco como el agua que riega sus huertas. Aparcamos en la puerta del único bar de Corpa, el local con aires minimalistas, no hacía presagiar ni mucho menos la increíble aventura gastronómica que allí íbamos a vivir. Un local con el objetivo claro de entrener a sus habitantes y ofrecerles sus mesas de vieja madera para las eternas partidas de Mus, que al grito de ¡ordago!, su jugadores se baten a muerte unos botellines con guarnición de kikos, mientras unas miradas espías dilucen quién lleva pares y quién juego. Javier, su dueño, nos atendió de lo más cortes y amable, como hacía tiempo que nadie trata a nadie, y menos a unos "moteros" de cuero y cordura; enseguida nos ofreció la parte interna del bar para depositar nuestros cascos, pesadas cazadoras, mochilas y demás aritilugios. Hacía frío esa mañana, 19 de Diciembre, y por eso su encantadora y hermosa mujer, nos trajo sin nadie pedirlo un apetitoso y caliente caldo casero, producto totalmete artesano con ingredientes de la zona, ése en concreto, de la huerta de un tal Mariano, dijeron. Consuelo, que así es como se llamaba la mujer de Javi y co-propietaria también del bar, nos dejo degustar su caldo "Botarga", uno más de los muchos que esa entrañable mujer era capaz de crear con sus increíbles manos. Cuando dimos buena cuenta del cuenco todavía humeante del caldo, Javier se acercó y nos recitó de carrerilla todos y cada unos de los platos suculentos que esa pequeña cocina podía producir en menos de 20 minutos. Al final de la mañana y llenos de felicidad culinaria: Callos sobre base candeal, carrillada caramelizada al tomillo, parrillada de verduras irisadas, postre delicioso llamado las Dos Torres y un vino de la zona de Mondejar servido en jarra de barro frío; decidimos abandonar ese inolvidable pueblo. Cuando nuetras motos rugian alejándose de Corpa, una mirada nostálgica miró al retrovisor, la torre del campanario parecía tragarse en una enorme grieta. Una fina y espesa voluta de humo surgía del centro, era la chimenea de los fogones de Consuelo, que seguramente, preparaba otro apetitoso caldo para el próximo grupo de mochileros que se acercaban al calor de su bar.

Small village, just a few kilometers from the center of Madrid, near the monumental Alcalá de Henares and very close to the Alcarreña saw. Roads maintained semi, flirtatious, bold and attractive to the practice of motorcycle road curves. The vega east, south springs, mountains full of life north, lonely places, empty streets, crossroads and centennial bell, as in the west. After walking the first mile, when the bike starts to heat and stomach cries a snack, we decided to stop in the spooky town of Corpa. Typical architecture, classic, without fanfare or attractive tourist urbanisticos and humble people with something to say, gaunt faces by a recent past that still leaves a mark, a marked imprint on their gestures, their habits ... your fears. A small population who grew up in the shadow of Marques de Mondejar, and now its worth Palacio, is a reference to this significant point of affable region. Hiking trails, vast acres of land where once the mainstay of the village occurred, agriculture, and that currently the most melancholy, bohemians, and why not, the most romantic, still decide, pull hoe, of groove, wand, serón to push through a small orchard inherited from a close relative, and that serves as entertainment, fun, a job that makes their routine, their work, their meager obligation; field become the agora before, a place outside where his countrymen gather to recount their achievements, upgrades, display their vegetables, gossiping outside under the watchful eye of his foreman, the sun, all in the banks of the stream, on the rocky hillside of the town, an enclosure having an audience of the most demanding, the most understood: Añejos and octogenarians locals, farmers and in repose, from the top to give their opinion, his advice, his view , a view on a tired, so alive and fresh as water watering their gardens spirit alive. We parked in front of the only bar in Corpa, local minimalist air, not far presaged the amazing culinary adventure that there were going to live. A place with the clear objective of entrener offer its residents and its old wooden tables to the eternal Mus items that shouting Ordago!, Your players are beaten to death with a lining kikos bottles while glances spies dilucen who leads and who pairs game. Javier, the owner, took our most cuts and friendly as long ago no one is anyone, let alone a "biker" leather and cordura, immediately offered us the inside of the bar to place our helmets, heavy jackets , backpacks and other aritilugios. It was cold that morning, December 19, so your charming and beautiful woman, asking no one brought us a delicious hot homemade broth, totalmete artisan product with local ingredients, namely that of the garden of one Mariano they said. Consuelo, that's how Javi's wife and co-owner of the bar is also called, let us taste the broth "Botarga" one of the many endearing woman that was able to create his incredible hands. When we gave a good account of the still steaming bowl of broth, Javier approached us and recited by rote every one of the delicious dishes that could produce small kitchen in under 20 minutes. At the end of the morning and full of culinary happiness: Corns on durum based, cheek caramelized with thyme, grilled iridescent greens, delicious dessert called the Two Towers and wine area Mondejar served in carafe cold mud, we decided to abandon this unforgettable people. When nuetras motorcycles roared away from Corpa, a nostalgic look looked at the mirror, the bell tower seemed to swallow a huge crack. A thin wisp of smoke arose thick center, was fireplace cookers Consuelo, surely, another tasty soup prepared for the next group of backpackers who approached the warmth of his bar.